La Lucha
Se nos
ha enseñado a concebir la vida como una lucha. En nuestros juicios diarios
mencionamos cosas como “la lucha diaria”, debemos seguir adelante, nos
enfrentamos a cosas malas, etc., que de alguna manera siempre nos hablan de una
pelea entre algo que llamamos bien y otra cosa que denominamos mal. Pero, ¿es cierto que estamos en una constante
lucha? Hay quien dice que solo descansaremos cuando estemos en la tumba, cuando
hayamos muerto y lleguemos al “cielo”. Y ¿Qué es el cielo? ¿Cómo vamos a diferenciarlo
si nunca fuimos capaces de construirlo aquí en la tierra?
Nos
debatimos en una constante dualidad, entre el yin y el yang. Siempre estamos
tratando de ganar algo, de alcanzar algo; y eso nos obliga a vivir luchando.
Nunca tenemos suficiente, no somos perfectos, pero buscamos la excelencia. Nos
cuesta amar al prójimo, pero buscamos incansablemente la felicidad. ¿Qué pasaría
si dejáramos por un instante de luchar? ¿Qué pasaría si tan solo cerramos los
ojos y permitimos que todo suceda? ¿Cambiarían las cosas? ¿Serían mejores o
peores? ¿O simplemente serían tal como deben ser?
¿De que
valen las preocupaciones? ¿Cuál es el sentido que ellas tienen? Nos preocupamos
por lo que pasó o por lo que puede suceder. Pero eso se debe a que tenemos una
forma particular de ver el mundo que nos obliga a estar creyendo que el pasado
se reproduce constantemente en el futuro. De esa forma, el futuro se convierte
en una copia del pasado. Quizá lo que sucede es que conocemos el pasado, y
aunque a veces no nos guste, nos sentimos cómodos con él, y además, tenemos el
juicio de que “todo tiempo pasado fue mejor”. ¿Es válido ese juicio? ¿Tiene
sentido?
Hay un
constante devenir resultado del cambio en el que vivimos. A veces no entendemos que vivimos en una
realidad completamente cambiante. Y una de las cualidades que nos muestra esa
realidad es la creación constante. Ese cambio constante nos conecta con los propósitos
de elevación, logro, atención y perseverancia.
El orden divino no tiene nada que ver con nuestro sentido del orden. El devenir
del Universo o de la creación es un proceso de cambio y de evolución que
persigue una transformación completa. Venimos de la luz y vamos hacia la luz. La
primera luz apareció ayer en el Big Bang; la última será cuando regresemos al
origen. En ese mismo discurrir le tememos a la oscuridad, pero la misma es
parte del todo, no existiría luz sin oscuridad, ni sombras sin claridad. Vivimos
en un Universo que se mueve constantemente, entre la forma y el vacío, entre el
yin y el yang, y quizá la única manera
de estar bien es mantenernos en equilibrio. Conectamos el Cielo y la Tierra. Conectamos
el yin y el yang. La vía por la cual el Universo puede fluir a través de
nosotros es que nos mantengamos en equilibrio de forma constante.
Entonces,
deberíamos ser como un cilindro vacío por el cual puede circular cualquier
cosa. No existe arriba y abajo, forma o vacío, delante o atrás; es una forma de
ver el mundo. No tiene mayor significado
que el que nosotros le damos. No existe bueno y malo. No existe la justicia,
porque no hay nada sobre lo cual decidir.
Nuestra idea de la justicia viene de nuestras raíces greco romanas, y dice
que hay algo bueno o malo. Sin embargo, esa justicia es manipulable, y así lo
ha sido a lo largo de la historia de la humanidad. Hemos aprendido que existe
un Dios que hace justicia, y cuando nos sentimos insatisfechos con la justicia
terrenal, entonces apelamos a la justicia divina; porque de alguna manera la
justicia se convierte en una forma de venganza. No puede existir justicia en
alguien que juzga que algo es bueno o malo. No existe un bueno absoluto o un
malo absoluto. Es resultado de una forma de interpretar el mundo. Por lo tanto,
es un criterio. ¿Cómo en función de un criterio puedes juzgar a alguien?
Sin
duda existen acuerdos de convivencia, y esos acuerdos pueden definir comportamientos
apropiados e inapropiados. Esos acuerdos guardan relación con la ideología dominante.
Y aparecen otras ideas como la moral, la ética y las buenas costumbres. No puede haber justicia, por ejemplo, en un país
dividido y tomado por una minoría, que maneja a su antojo el estado. Nos hemos dado cuenta que las mayorías se
convierten en minorías con el paso del tiempo, pero en su afán de permanecer en
el poder tratan por todos los medios de secuestrar la voluntad de las mayorías. Si nos fijamos, eso ha sucedido a lo largo de
la historia muchísimas veces. Y al final, siempre han habido cambios. Los extremos
se tocan, las mayorías se convierten en minorías y terminan por desaparecer.
Así que
quizá, la única estrategia apropiada es el equilibrio. El Wu Wei. Dejar hacer,
dejar pasar. Mantenerse en estado de desapego y entender que todo es
impermanente. Como somos parte del
cambio, nada bueno es malo o viceversa. Todo cambia a cada momento y lo único que
permanece es el Ser. Estar desapegado no es perder el interés en algo, sino
aceptar que las cosas son como son y no como nos gustaría. En la impermanencia
reconocemos que todo cambia, tarde o temprano. Son procesos en los cuales
vivimos y aceptamos el cambio como parte de nuestra vida.
No
olvidemos que lo único que queda cuando no queda nada es el Amor. Fuimos creados
por Amor y moriremos también con el amor más inmenso, en la compasión. Cuando nacemos celebramos la creación. Cuando
morimos celebramos la transformación. Nuestra vida cambia, nuestro Ser
permanece. Al final de esta experiencia nuestro Ser cambia de ropa y se
convierte en un nuevo Ser dispuesto a vivir nuevas experiencias.
Estamos
acostumbrados a vivir más en el Hacer que en el Ser. Es hora de cambiar
nuestros hábitos de lucha, por una sosegada aceptación, que nos permita
disfrutar al máximo la experiencia de la vida.
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